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creyendo volver en un plazo de pocos meses. Tan habituada estaba ya a la idea de su des- tierro, que, cuando conoció el resultado de la batalla y la fuga del tirano negábase a darle crédito:

Puedes juzgar, por mi pulso, cómo está mi ca- beza y mi corazón — escribe a su hija Florencia, en forma incoherente y atropellada. — ¿Te acuerdas, cuando murió Mr. Bacle, que yo creí que se hacía el muerto ? Pues, ni más ni menos. Estoy atur- dida, tonta... ¡Cómo estarán las patriotas de mi país ! ¿ Si será verdad? A cada momento lloro ; no puedo hacer nada; ando de un lado a otro, como tonta, deseando buques de esa tierra de mis lágri- mas... ¡Cómo me acuerdo de doña Luisa, de la negra Jerónima! Dilas mil cosas... A todos quisiera escribir, pero el pulso está tan agitado, que no me deja sino abrazarte con tus hijos. "

Un mes después de Caseros, el gobierno de Buenos Aires reinstalaba, por decreto, la So- ciedad de Beneficencia; y, a los tres días de

dictada la resolución gubernativa, las socias