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la amistad de Echeverría y la señora de Men- deville, consistiendo, para la última, en una confusa amalgama de admiración por el ta- lento del escritor y el carácter del patriota, de compasión por las desdichas del hombre y de tierna efusión maternal. ¿Mezclóse, en este comercio amistoso, algún otro sentimien- to? ¿Alióse, al afecto del uno por el otro, algún pequeño grano de pasión amorosa? La conjetura puede a primera vista parecer al- surda y hasta rídicula, por tratarse de una señora ya casi sexagenaria y de un hombre que sólo frisaba en la cuarentena. No lo es, sin embargo, con relación a seres que rompen él molde común, como lo fueron Echeverría y la señora de Mendeville, y para quienes la vida afectiva e intelectiva suele tener una duración mayor que la normal. ¿Ponéis en duda esta afirmación? Escuchad lo que es- cribe doña Mariquita a su hija Florencia, nueve años después de esta época, vale decir,
a los sesenta y siete años de edad :
