mo! Pero estoy seguro de que aquí, en este salón en donde sin embargo apenas hay cinco mujeres, no ganarías con tanta facilidad un concurso análogo.
— ¡Oh, no! ¡Aquí no ganaría nunca! ¡Ya lo sé que no! —replicó con vivacidad ingenua la chiquilla, clavando su mirada de fuego en el cuerpo esbelto de Liliana.
— Eres una buena muchacha —prosiguió Robert—, una deliciosa mujercita más guapa que todas las que te quieren mal, y más inteligente que el periodista que quiso echarte al río. Pero no eres caritativa, porque nunca me has dado un beso. ¿Por qué no me has dado nunca un beso? ¿Porque te figuras que no soy guapo? Está bien, aunque ese sea un error imperdonable, y que, sin embargo, te perdono. Estás perdonada, hija mía, y puedes morir sin remordimientos; pero antes es necesario hacer una penitencia...
— ¿Cantar tres veces como gallo?
— No.