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rosadas, bordadas, satinadas, doradas, blasonadas, lucientes: «¿Qué te parecen? ¿qué te parecen?»... y así habría continuado todo el día, levantando la pata, si yo no hubiese tenido la amistosa franqueza de contestarle que «me parecían dignas de mejor suerte». Un periodista propuso entonces que me echasen al agua por insolente, y como yo comprendí que lo hacía por consejo de la Tortuga, que comía á su lado y que no me puede ver, le repuse, sin empacho, que la que necesitaba tomar un baño era su vecina. ¡Si la hubieras visto, mi querido Plese, tú que estás esculpiendo una cabeza de Medusa, te habrías entusiasmado y la habrías querido tomar como modelo!... Al fin del almuerzo, el duque tuvo una idea excelente: improvisar un concurso de pechos, y dar una sortija á la que, según la opinión general, presentase los más lindos senos. Yo gané ¡Y éramos catorce!... Gané este anillo.

—¡Bravo! —gritó Robert—, ¡bravísi-