De las mujeres que asistían á los banquetes del Club, sólo fueron, pues, admitidas las «casadas», es decir, las que tenían un amante fijo y responsable. «¡Las bellas y honestas damas!», —exclamaba Plese. Fué admitida Laura, la de Rimal; fué admitida Flora de Lys con su banquero; fué admitida la Marieta de Jorge Delmonte; fueron admitidas tres ó cuatro más, con sus «responsables», y también Margarita del Campo, la chiquilla vivaracha á quien la Muñeca había regalado cierta noche un prendedor de esmeraldas y que, aunque desprovista de «marido», recibió una invitación especial.
— Esa morenita endiablada me gusta mucho por su gracia parisiense y algo canallesca, por su ruda franqueza y por su modo de mirar —decía Liliana.
— A mí también me gusta —replicaba Robert—; pero yo estoy demasiado viejo para ser su «joven», y soy demasiado pobre para ser su «viejo».