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quillos, siguieron visitando los rincones de su nido, contentos de todo y de todo admirados, hablando de sus futuros paseos matinales, de las fiestas que pensaban dar muy á menudo, casi todos los días, en honor de los artistas del «Círculo de los Intransigentes», de las flores que sembrarían en el jardín, de la tranquilidad silenciosa que reinaría en sus noches de amor, de la libertad y del aislamiento que les permitiría acariciarse eternamente... Hablaban, hablaban; eran felices; y sin contar con el destino, edificaban una vida color de rosa en la arena movediza del Porvenir...