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modernos que han hecho revivir, con un gusto raro en nuestra época, el arte divino de los primitivos, dando una expresión mística á sus figuras casi incorpóreas, á sus mujeres esbeltas como tallos de azucena, á sus lívidas Ofelias, á sus enamoradas extáticas y piadosas...

Dos muebles llamaron especialmente la atención de Carlos: el lecho y la mesa de trabajo. El lecho, de nogal, muy ancho y muy bajo, había sido esculpido por Jean Dampt, y ostentaba, en una serie de bajorrelieves circulares, las principales escenas de la vida de Cleopatra. La mesa de trabajo, obra de Carabin, era una vasta tabla de encina, sostenida por cuatro mujeres arrodilladas, completamente desnudas.

— ¿No te parece que estaremos mejor aquí que en París? —preguntó Liliana al salir de la biblioteca.

¡Oh, sí! —respondió Carlos—. ¡Ya lo creo que estaremos mejor, mucho mejor!

Y cogidos de las manos como dos chi-