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cientes, exquisitas. Sólo el salón principal ostentaba antiguas tapicerías de Gobelinos, cuyos tonos pálidos parecían más apagados aún á causa de los cortinajes de oro y púrpura. Por todas partes las diminutas mesas de laca verde, de laca obscura, de laca color de fuego, sostenían vasos de Sèvres, lámparas de bronce, menudas figulinas de Sajonia o del Japón, floreros de hierro forjado, llenos de iris, de orquídeas, de amarilis o de asfodelos. Sobre los sillones esculpidos y sobre los divanes de seda de la India, abundaban los suntuosos cojines de damasco, de terciopelo, de brocado, todos de colores homogéneos, formando gamas completas de esmeralda, de crema, de zafiro, sin llegar nunca á la violencia de los azules profundos, de los amarillos vulgares, de los verdes chocantes. En todas las estancias el matiz prevalecía sobre el color. Los cuadros eran de Burne Jones, de Puyis de Chavaunes, de Aman-Jean y de otros grandes pintores

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