será enteramente nuestro; una casita que he alquilado en los alrededores de París, y en la cual nadie podrá escudriñar nuestra existencia. Porque lo que pone furiosas á mis amigas de otro tiempo, es vernos aquí en este antiguo y obscuro hotel, en el cual nació la abuela de mi marido, y la madre de mi marido, y mi marido mismo... ¡Ah, el respeto, la sociedad, la aristocracia, la solidaridad de las altas clases, las manchas que deshonran á toda una casta!... ¡Imbéciles!... Pero, en fin, gracias á Dios, nosotros no somos hijos de príncipes, ni tenemos necesidad de ellos. Yo soy la Muñeca, tu Muñeca, y tú eres todo para mí. Allá lejos viviremos como se nos antoje; recibiremos á los amigos que nos gustan y por la noche, al volver del teatro, no tendremos miedo de que estas horribles butacas apolilladas se derrumben cuando tú te sientes en ellas y yo en tus piernas. ¿Verdad que estos muebles son muy feos con sus dorados verdosos y sus escultu-
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