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nicándola, en resumen, sus propios deseos y su apetito devorador, hasta que ella se precipitaba de nuevo sobre él para entregarse por completo, para poseerle por completo, para agonizar de nuevo en el cautiverio de los brazos despóticos, gimiente, sonriente, crispada...

Á veces la luz de la aurora, filtrándose por entre los pliegues de las cortinas del balcón, les sorprendía despiertos aún.

— ... Estamos locos —suspiraba entonces ella.

Y él respondía entre dos besos postreros:

— Sí... estamos locos...