apuesto mancebo sea colocado entre dos antiguas bailarinas de la Ópera, y que la doncella pudorosa se siente á mi lado!»
— Amén —gritaron todos.
Liliana volvió hacia Carlos sus grandes ojos espantados y suplicantes, en los cuales se veían el deseo de separarse de él.
Llorede la dirigió una sonrisa tranquilizadora, y exclamó, tratando de imitar la voz austera de los actores que representan los papeles heroicos en las escenas de provincia:
— ¡Hágase la voluntad del pueblo soberano!
Luego, tomando entre las suyas la mano de Liliana y hablando con Robert:
— La que va á morirse de fastidio junto á ti, te saluda!
Los aplausos estallaron de nuevo, mientras Robert colocaba á los recién llegados en sus sitios.
— Puesto que no falta nadie —gritó una morena—, me parece que las prime-