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III
Liliana había conservado siempre, en un rincón misterioso de su alma, en el jardín secreto de su ser sensitivo, una simpatía muy especial y muy tierna por el antiguo secretario del marqués. Entre todos los buenos mozos que se disputaban sus sonrisas, ninguno la había parecido tan sincero, tan respetuoso, tan ardiente, tan ingenuo como él. Carlos era, por otra parte, el más hermoso de sus adoradores, y su belleza tenía la ventaja de no parecerse á la de todo el mundo, de ser una belleza rara y casi fatal, lo que, para una mujer de gustos artísticos, es á veces una cualidad más precia-