rido verdadero», ese hombre que no fuese avaro de caricias ardienrtes, habíase presentado á cada instante ante ella bajo mil formas seductoras, vestido á veces de militar, á veces con una abundosa melena de poeta, á veces en traje soirée, siempre joven, siempre insinuante, siempre provocativo... Y ella le había rechazado enérgicamente por un sentimiento de fidelidad inquebrantable en su alma... ¡Pobre inocente, pobre tonta, que á pesar de su profunda cultura intelectual, veíase engañada por un viejo estúpido!... ¡Ah! Si pudiera comenzar de nuevo su vida, no desperdiciaría ningún minuto de placer.
Carlos de Llorede, secreatario de su marido, la había hecho la corte con una delicadeza y con una constancia extraordinarias. Una noche, hablando á solas en un extremo del salón, mientras ella contestaba con sonrisas vagas á las zalamerías de su galán, un antiguo amigo se aproximó á ellos y la dijo en voz muy