— No hay duda de que eres feliz —prosiguió Robert—. Bella, rica, inteligente, sin pasiones durables, ¿qué más quieres? En cambio, Llorede tendrá que padecer mucho antes de casarse con una mujer que lo comprenda y que lo adore.
— ¿Crees que va á casarse?
— Me parece natural.
A la Muñeca no le parecía aquello natural. La idea de que su antiguo amante pudiese unirse para siempre á otra mujer, no se le había ocurrido nunca. Que se casara Ernesto Gramont, que se casara el militar, que se casaran los demás hombres que habían dormido en su lecho durante algunos días, enhorabuena; —¡pero Carlos no!— Carlos había sido «demasiado suyo» para que ella aceptase la perspectiva de verse olvidada en absoluto por él.
Liliana se había separado de su primer amante después de haber sufrido, en cierto modo, de lo que Bourget llama Adolfismo, —enfermedad psicológica que