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... Ya encerrados en la caja estrecha del simón, el coracero explicó sus deseos con una petulancia fanfarrona que habría parecido grotesca en otras circunstancias á la antigua querida de Carlos, pero que, en ese instante, despertó violentamente su sed de besos brutales y de brutales caricias.
— ¿Quiere Ud. venir á mi casa, señora?
— No; vamos á la mía, puesto que yo soy libre.
Al entrar en el bosque, Liliana bajó, con un ademán febril, las cortinas azules de las ventanillas, y convirtió el fiacre, durante algunos minutos, en ambulante alcoba...
Por la noche la Muñeca dijo al militar:
— No te marches.
... Y el militar no se marchó... Y una semana más tarde, ni ella, ni él, habían salido de la casita de las inmediaciones de París...