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ron encendidos, Liliana notó que los ojos de la doncella estaban llenos de lágrimas, y tuvo vergüenza de su propia frialdad de alma el día del entierro de uno de los seres que más apasionadamente la habían querido en la tierra.

— ¿Has llorado? —preguntó con solicitud cariñosa—; ¿le querías mucho? ¿estás triste?

Alina bajó la cabeza sin responder.

Liliana continuó:

— Yo también estoy triste... Él era para mí el más bueno de los padres y el mejor de los amigos. Sin él, la vida se parecerá siempre vacía, y de hoy más, algo faltará á mis dichas para ser completas.

No pudiendo contener sus lágrimas, la doncella echóse á llorar ruidosamente. Liliana la preguntó:

— ¿Y á mí no me quieres?

¡Oh, sí, sí la quería, más que á nadie, y su tristeza venía del temor de tener que separarse de ella.