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grande, es robusto... ¡anda, buen mozo, anda de prisa!...» —Su paso era rapidísimo... «¡anda, anda!... ¿y cuándo me dirá que le gusta mi talle?...»

Por fin, al atravesar una de las callejuelas silencio sas que principian en el bulevar, el coracero acercóse á ella:

— Señora, acaba Ud. de dejar caer su pañuelo...

Liliana sentía el brazo que rozaba su brazo y la voz que le hablaba, pero sin percibir el sentido de las palabras.

— ... Señora, permítame Ud. que le sirva de escolta. ¿Me permite Ud. que la acompañe durante algunos minutos?...

Envalentonado por el silencio de la que creía ser una «chica alegre» ó, á lo sumo, una actriz de costumbres ligeras, el militar le ofreció el brazo.

Una palidez súbita cubrió el semblante de la Muñeca y sus ojos se entornaron:

— ¿Me hace Ud. el favor, caballero, de buscar un coche?... Me siento algo mal... El calor...