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arrodillábase ante ella y la besaba apasionadamente las manos. «Es curioso, díjose á sí misma, que después de haber sufrido tanto, en vez de soñar en cosas reales, en las dificultades presentes de mi vida, ó al menos en algo que se relacione con la existencia anterior ó con el porvenir, mi imaginación se entretenga en forjar cuentos azules.»

«¿Qué hora podrá ser?» Llamó á su camarera.

— ¿Qué hora es, Alina?

— Son las nueve y media, señora.

«¿Las nueve y media?» Luego había dormido cerca de ocho horas.

— ¿No ha venido nadie?

— Sí, señora, mucha gente; casi todos los amigos de la señora.

— ¿Y el notario?

— El notario no ha venido. La señora querrá comer, sin duda...

— No, Alina, no tengo apetito. Enciende las velas.

Una vez que los candelabros estuvie-