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levadura diabólica, que nos obliga á mezclar los ardores terrenales con los anhelos religiosos. «Hay una línea ideal —dice un filósofo— en donde la devoción, el amor y el sentimiento de la muerte se confunden.» Y Demande asegura que la más palpable prueba de esa mezcla, son «los celos, que obligan al hombre á disputar á Dios el corazón de una mujer». Sin ser profundamente religiosa, la Muñeca conservaba, de sus primeros años pasados en un convento, el catolicismo vago que, según la frase de Goncourt, «sirve, como un pañuelo, para enjugarse las lágrimas». Los ardientes discursos en que Ernesto la comparaba la Santa Teresa desmayada de amor, del Bernin, ó con la Santa Catalina desfalleciente, del Sodoma, producíanle un estremecimiento delicioso. Ese idilio, tan sacrílego cual breve, terminó al din, como debía terminar á causa de la misma exaltación en los medios empleados por los amantes.