atraía á la antigua marquesa, con el prestigio de sus pecados y de sus refinamientos.
Algunos extraños artistas melenudos habíanle producido una impresión pasajera y sobrenatural, obligándola á disfrazarse de Ofelia en la penumbra de su alcoba, diciéndole, en el lecho, la leyenda espeluznante de Gilles de Rez, mezclando los ritos religiosos á las locuras de la lascivia, convirtiendo su pecho desnudo en tabernáculo de ritos ocultos, iniciándola, en suma, con una seriedad increíble, en los arcanos del placer diabólico. Pero ninguna de tales fiestas del vicio labo rioso y artificial lograba, á la larga, satisfacer por completo sus sentidos.
El último poeta decadente que la había alucinado, con sutiles manejos eróticos, durante toda una semana, era Ernesto Gramont, joven flamenco, autor de un libro sobre Las devociones carnales, escrito á la manera de los estudios psicológicos de Pol Demande.