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XXI
Superficialmente considerado, Carlos de Llorede parecía un perfecto ejemplar de esa raza irónica y escéptica de artistas analizadores, que florecieron en Francia cuando Renán, Taine y Dumas eran los apóstoles de la juventud intelectual. Elegante y frío como Mauricio Barrés; prematuramente austero como Paul Bourget; sin hacer nunca gala de las costumbres bohemias del antiguo barrio latino; bien relacionado, bien trajeado, bien afeitado, cuidando siempre con una meticulosidad impecable sus frases y sus lazos de corbata, todo el mundo se lo figuraba predestinado á casarse con una