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XIX


Sentadas una al lado de la otra, ante la mesa de uno de esos ruidosos restaurantes parisienses que no cierran sus puertas en toda la noche, Liliana y Margarita acababan de cenar alegremente, hablándose al oído como dos enamorados, dándose, con ternura, «las más expresivas gracias» con cualquier pretexto; sonriendo siempre al dirigirse la palabra, rozándose con las piernas y estrechándose, de vez en cuando, las manos.

— ¿Tomas café? —preguntó Margot.

— Si tú tomas, sí —repuso Liliana.

— ¿Y chartreuse?... ¿Tomas chartreuse, Lili?