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—«Que se ha equivocado Ud., caballero, y que me ha dado una pieza de oro.» Este rasgo hizo sonreír al amante sin fortuna. «Guárdala, niña, es para ti.» Y luego, dándola otra moneda de cuatro duros: «Esta también es para ti; toma.» La niña harapienta se echó á los pies de su protector y le besó las manos con un ardor que tenía algo de hambriento.

Esa escena, desgarradora en su rápida simplicidad, consoló momentáneamente á Carlos, haciéndole ver que no sólo él era desgraciado en el mundo. «¡Dios sabe! —exclamó dirigiéndose con una solemnidad macabra á un árbol— tal vez el porvenir me reserva el goce de dejar de sufrir, que para mí es más necesario que el goce de gozar.» En seguida echó de ver que Baudelaire había dicho aquello antes que él, y su plagio involuntario le obligó á pensar, por una literaria asociación de ideas, imposible de analizarse, en sus amigos, en los cafés artísticos, en las borracheras de vino, de luz y de carcajadas