anduvo, anduvo! Atravesó los senderos desiertos que van á la Cascada; pasó frente á los cafés de la alameda de las Acacias; bordeó los lagos.... Anduvo durante una hora, sin pensar en nada, sin sufrir, sin atormentarse interiormente, moviéndose como un autómata, no sabiendo á punto fijo de dónde venía ni á dónde iba... Anduvo, anduvo...
De pronto un relámpago de cólera pasó por su cerebro. «¡Miserable!» —dijo en voz alta, pensando, no en la mujer que le había engañado, sino en el amigo que tuvo la franqueza brutal de abrirle los ojos á la realidad.
Ya cerca de París, al contemplar en el horizonte las filas interminables de faroles encendidos que corren desde la puerta Maillot hasta el Arco del Triunfo, y que luego se esparcen, á lo lejos, en un aleteo luminoso de puntos dorados; al verse cerca de esa gran ciudad gris, ruidosa, febril; al pensar en la tristeza de su porvenir, no pudo contener