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iba á ser de su persona antes del almuerzo. «¿Ir al estudio de Plese? Sí; tal vez eso es lo mejor. Plese habrá leído ya los periódicos de la mañana y tendrá noticias. ¡Qué actividad la de ese muchacho! Por las noches se le ve en todas partes hasta muy tarde, y por la mañana á las ocho y media está ya en su taller, modelando cabezas de Medusa ó figurillas atormentadas á la Baudelaire... ¡Y con talento! Un talento especialísimo, más ideológico que plástico, hecho de quintas esencias, de refinamientos y de rarezas; un verdadero talento moderno... Sí; lo mejor es hacer una visita á Plese.»

Antes de ponerse el gabán y el sombrero, Robert se examinó largamente en el espejo. «Para no tener más que cincuenta y tantos años —pensó—, ya comienzo á estar algo viejo. Pero aún soy aceptable, ¡qué demonio! y además, mi cabellera es siempre abundosa... ¡Nada! Mientras no esté calvo, no renuncio á hacer