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preguntó la causa de su aburrimiento:

— Nunca te había yo visto así; ¿qué te pasa?

— ¿A mí? —repuso Robert con una sonrisa macabra—; nada; el spleen.

— ¿No será...?

— ¿Qué?

— Un misterio; un amor; el deseo de dar un beso á Margarita, por ejemplo...

— ¿Un beso? Sí, eso es; algo más que un beso: un mordisco.

— ¿De veras?

— Después de todo, ¿á ti qué te importa, puesto que tú no me has de regalar á esa mujer?

Carlos se echó á reír.

Luego dijo á su amigo:

— Espérame un instante en la biblioteca, pues tengo que hablar contigo.

«¿Qué querrá decirme? —pensaba Robert esperando á Carlos—. ¿Sabrá algo? Si tiene dudas y quiere preguntarme lo que yo he visto, se lo diré todo. Al fin y al cabo, por eso no se ha de morir...