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iba á suceder aquí, fué cuando yo mismo la obligué á enseñar sus senos, admirables cual el pecado, ante todos nosotros... ¡oh! ¡los ojos de Liliana, esa noche!... Al ver hacia el porvenir, tuve deseos de coger á Carlos por el brazo, de sacudirle, de despertarle... ¡Sólo que es tan cruel despertar á alguien que sonríe al dormir!... Ahora mismo me hallo en un caso igual; ¿por qué no le llamo aparte y le digo todo lo que pienso? Por timidez y por cobardía. Hay algo que me ordena que espere, diciéndome hipócritamente que una circunstancia dichosa puede detener los labios de Liliana, si aún no se han manchado... Porque, después de todo, nadie me prueba á mí que las dos mujeres han dejado de ser amigas... ¡Ojalá! ¡Yo he sido siempre tan mala lengua!... Y si hubiese algo de irreparable, Plese lo vería y los demás lo verían.... En fin... ¡Ojalá!...»

Carlos se acercó á él, y poniéndole cariñosamente la mano en la cabeza, le