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nales. Lo único que le había hecho falta para conquistar la celebridad y la riqueza, había sido la buena suerte. «Yo escribo con talento —decía él— y soy trabajador; pero tengo la desgracia de ser al mismo tiempo honrado, y eso hace más daño que la idiotez.»

A los cuarenta años de edad, habiendo publicado ya seis volúmenes compactos sobre la vida de sus contemporáneos, logró entrar, como redactor literario, en uno de los grandes cotidianos del boulevard. «Haga Ud. cuentos, haga Ud. crónicas, hable Ud. contra los poetas alemanes ó contra los dramaturgos escandinavos; pero no me toque Ud. á los hombres del partido, ni menos aún á los filósofos de la Academia», habíale dicho el director. Robert se había sometido, por la primera vez en su vida, á no expresar en sus crónicas todo el horror y todo el asco que la mayor parte de sus contemporáneos célebres le inspiraban. De vez en cuando, sin embargo, su indignación era tal,