piel y me pican durante la noche, cuando estoy sola, sola... ¡Es curioso lo que me pasa contigo! Yo soy tu amiga; tú eres más bonita que yo; tú tienes un hombre, y, sin embargo, muchas veces, cuando me abrazas, se me figura que soy tu mujercita... ¡Pero no te enfades, Lili!... Son locuras mías, sin importancia... Dime que no te enfadas y que me perdonas... Si no me lo dices, me vas á hacer llorar... ¡Lili, Lili!... ¿Te enfadas?...
Sin responder una palabra, la marquesa seguía estrechando á Margot con un entusiasmo nervioso, en el aislamiento discreto del gran salón oro y púrpura.
La chiquilla trataba de hacerse más diminuta aún entre los brazos de su amiga, como para que todo su cuerpo pudiera ser acariciado:
— ¡Qué buena eres! —decía—, ¡qué buena! Te juro por las cenizas de mi padre que nunca he querido á nadie como te quiero á ti, ¡á nadie!, á nadie; ni á mamá, ni á mi pobre hermanito que se