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lamerías, cuando ella se proponía seducirle.

Carlos mismo, que desde el principio la vio con pocas simpatías, parecía inquieto cuando Margot no iba á comer en compañía suya y de su querida.

Liliana, por su parte, hubiera querido no separarse nunca de su amiguita, cuyo modo de ser, no obstante, era tan diferente del suyo propio.

— Margot «me completa» —decía á menudo la Muñeca—, porque tiene lo que á mí me falta: la vida exterior, la violencia, la alegría ruidosa, la ligereza callejera, la picardía parisiense.

Y Robert, cuya afición iba arraigándose, replicaba:

— A mí también me completaría... ¡Vaya!

Algunas mañanas, la marquesa iba á París acompañada de Margarita, con el propósito de hacer compras indispensables, y una vez en medio de esos inmensos bazares de lujo frívolo que se llaman

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