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DEL PLATA AL NIÁGARA

De desear sería que el escritor observase el precepto de Horacio, estacionando su obra recién nacida hasta que, olvidado de los «trabajos de Lucina», pudiese juzgarla con relativa imparcialidad y corregirla con acierto. Por mi parte soy bastante propenso á seguir el consejo; pero acaece que, una vez guardado en la gaveta, casi no hay manuscrito que vuelva á salir. Tengo la satisfacción de ser un autor inédito de gran avío y reserva. ¿Qué necesidad de exhibir el pensamiento, si el único deleite está en pensar? Lanzar una astilla más á la corriente que pasa... ¿Para qué, para quién?

Á no bastar la experiencia de los años, sería suficiente la de mi oficio de bibliotecario para enseñarme la vanidad de estas protestas contra el invencible olvido. Debemur morti. Repletos están esos armarios de obras maestras que yo mismo no he leído ni leeré jamás. Durante el período veintenario del desarrollo mental, no se alcanza á leer realmente dos mil volúmenes; y apenas si se utiliza una décima parte de esos ingesta, eliminándose por inasimilable el resto de la materia alimenticia. Dedúzcase, además, la masa de lecturas inútiles, de frívola curiosidad ó manía erudita, fuera de las nocivas, que destejen el tejido anterior y, con nuevas opiniones sugeridas, agravan la servidumbre del espíritu. Más tarde, se cata uno que otro libro, para comprobar que casi todos se repiten.

Es gran consuelo de no poder leerlo todo, la conciencia de que fuera vana la empresa imposible. Una biblioteca es ante