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DE MADRID A NAPOLES 83

abalanchas ó desprendimientos de nieves, y de otra cosa que no tardó en salirnos al encuentro.

¡Oh misterio de los montes! — Estábamos á pocas leguas de animadas, florecientes y bulliciosas capitales, y nos parecía hallarnos á mil leguas del mundo; quiero decir, del siglo, del movimiento humano, de la Europa civilizada...

Llegamos á Contamina. — En esta aldea , como en las demás que ya habíamos atravesado, casi toda la poblacion se componia (singular contraste!) de pastores y relojeros.

Y allí, como en todas partes, la gente, áun la más acomodada, se quitaba el sombrero al ver pasar la diligencia y nos saludaba con gravedad.

Pero si el que saludaba era pobre, y casi todos lo eran, alargaba hácia nosotros el sombrero que se quitaba, pidiéndonos limosna con una mirada tristísima, un humilde ademan, ó una fúnebre sonrisa.

Y no creais que esta limosna la pedian solamente mendigos que vagaban por las calles...

Familias enteras, agrupadas en la puerta de sus casas, tendian las manos á un mismo tiempo, murmurando no sé que oración. — Los que se hallaban á la ventana, pedian desde la ventana. — Yo recordaré siempre que un niño dejó el pecho de su madre, y extendió hácia nosotros su manecita, en que no cabia una moneda. — Las jóvenes, que volvian de la fuente, dejaban el cántaro en tierra y hacian la misma demanda.¡ — Todo el mundo pedia!

Pero nadie instaba. Hubiérase dicho que cumplian una promesa, hacian una mera manifestacion de su estado, ú obedecian fatalmente la ley de su destino.

Hacia calor. La carretera habia entrado en un fértil valle muy estrecho, que sólo visita el sol durante cuatro ó cinco horas diarias, y por medio del cual corre el Arbe, impetuoso rio, cuyas tremendas inundaciones han sido siempre el azote de la comarca.

Asi caminamos hasta Bonneville, capital de provincia, sentada al pié de otro gigante, que no excede sin embargo en altura á la "Pirámide de Mole".

Nosotros entramos en la ciudad por un hermoso puente construido sobre el Arbe, cerca de una alta columna, levantada en honor de Cárlos Félix de Cerdeña y coronada por su estatua.

Este monumento atestigua la gratitud de los habitantes del valle á aquel grande y memorable rey, por las magníficas obras qne construyó para preservar á Bonneville de las inundaciones del Arbe.

Aquí ya empezó á llamar nuestra atencion un raro fenómeno á que debíamos acostumbrarnos por último. — Hablo del goitre ó gran papera que afea á mucha parte de los habitantes del centro de Saboya. Dícese que esta superabundancia de papada proviene de beber un agua que no es sino nieve recien derretida : ello es que abunda más en las mujeres que en los hombres, y contribuye á infundir en el ánimo del viajero una honda