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DE MADRID A NAPOLES

dirá en su lenguaje divino cosas que yo sentí y pensé durante aquel paseo que no acertaria á expresar mi humilde prosa.

Porque lord Byron pasó también una tarde en aquellas aguas contemplando los Alpes y disponiéndose á atravesarlos...

Cerca de medio siglo ha trascurrido desde entonces, y el mundo entero repite todavía estas sublimes estrofas de Childe-Harold:

«...Sobre mi cabeza se elevan los Alpes, ese palacio de la naturaleza, »cuyas vastas murallas corona una cornisa de hielos perdidos en las nubes...; trono sublime y frió de la eternidad, donde se forma y de donde »cae la avalancha, ¡ese rayo de nieve! En torno de esas cimas se ve reunido todo lo que puede elevar el espíritu y espantarlo, como para demostrar que la tierra puede aproximarse al cielo y dejar al hombre aquí »abajo, mal que le pese á su orgullo...

»El lago Leman me sonríe con su frente de cristal, espejo profundo »en que las estrellas y las montañas rellejan la calma de su aspecto, sus »elevadas cumbres, sus variadas tintas... La presencia del hombre se »deja aún sentir aquí demasiado para que yo pueda abandonarme á la »contemplacion del grande espectáculo que se ofrece ante mis ojos... »Pero pronto la soledad despertará en mi alma pensamientos ocultos...

»Huir de los hombres, no es odiarlos... No todo el mundo ha de haber »nacido para agitarse y trabajar con ellos...

»Yo no vivo encerrado dentro de mí mismo... Yo me identifico con »todo lo que merodea. Las altas montañas despiertan en mí cierto sentimíento... Pero el tumulto de las ciudades me sirve de suplicio. Lo único »que encuentro yo odioso en el mundo es esto de ser uno á pesar suyo »uno de tantos anillos de una cadena carnal; el ver que se le señala »un puesto entre las criaturas de su misma especie , cuando se tiene un »alma que podría volar y confundirse , no sin fruto , con los cielos, los »montes, las estrellas ó las agitadas llanuras del Océano!...

»¡Limpio y tranquilo Leman! Tu lago, contrastando con el mundo »tempestuoso en que siempre he vivido , me dice con su silencio que »cambie las turbulentas aguas de la tierra por una fuente mas pura. La »vela de esta pacífica barca es como un ala silenciosa sobre la cual »puedo alejarme de la desesperación. Hubo un tiempo en que yo amaba »los mugidos del Océano furioso; pero hoy tu dulce murmullo me en- »ternece como la voz de una hermana que me echase en cara el haber »corrido demasiado tiempo detrás de sombríos placeres. ^

»Ya desciende la noche silenciosa; y desde tus orillas hasta las montañas, lodos los objetos se envuelven en el crepúsculo...»