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DE MADRID A NAPOLES


— ¡A Ferney! ¡Vamos á Ferney! ¡A la casa de Voltaire!

— ¡Biblias en todas las lenguas! — ¡El busto de Calvino!

—Caballero, ¿es usted católico? — Yo le diré donde esta su iglesia.

— Caballero, ¿es usted judío? Yo le diré donde está la Sinagoga.

— Caballero... ¡Por cinco francos, un paseo por el lago!.. Iremos al Castillo de Chillon, cantado por lord Byron.. .

Todos los ingleses empiezan por verlo de este modo.

— Caballero, desde mi barco le haré divisar el Mont-Blanc á lo lejos...

— ¿Quién viene á la isla de Juan Jacobo Rousseau?

— ¡Venga usted á Clarens, donde habitó Julia!.. Verá usted el bosque de castaños que se describe en la Nueva Eloísa.

— ¡Un coche para Chamounix!.. ¡En cuatro dias verá usted lo más notable de los Alpes!

Todas estas proposiciones, y otras muchas más, referentes á hoteles, restaurants, baños y escursiones á mil puntos célebres, cayeron sobre nosotros como una granizada. — Nosotros aguantamos el chubasco como mejor pudimos, y nos encaminamos al hotel del Lago, que, por llamarse así, nos pareció debia ser el más conveniente, ó sea el de mejor vistas.


Ginebra, la ciudad mas rica y poblada de la Suiza, está asentada en el estremo occidental del lago que lleva sa nombre, y que tambien se llama Lago Leman.

Este Lago se dilata de Poniente á Levante en forma demedia luna. Lo surten principalmente las aguas del Ródano, que entran en él por el extremo opuesto al en que se encuentra Ginebra, y salen escapadas por esta ciudad con direccion á Francia. Por consiguiente el Lago es como un embalse del gran rio. Tiene diez y ocho leguas de longitud por tres de anchura en su parte máxima. Cerca de Ginebra es muy estrecho, y en Villenueve, donde concluye , su latitud no pasa de media legua. (Siempre que hable de leguas, entiéndase francesas, ó sea de á cuatro kilómetros cada una). La profundidad del Lago varía mucho, según el lugar donde se eche la sonda. Por unas partes tiene trescientos pies; por otras, quinientos, y llega hasta seiscientos, cerca de Meillerie. Sus aguas son notables por lo muy azules que aparecen á los ojos, en vez de ostentar el color verde que distingue á los demás lagos de Suiza. Sus ondulantes y graciosas márgenes están bordadas de preciosos pueblos que se miran en el agua como en un espejo. Sin embargo, es muy frecuente ver encolerizado á este mar en miniatura, como lo llama un poeta, y entonces las ciudades de la ribera reciben los embates de las olas, que arrastran los destrozados restos de lúgubres naufragios.

Cuando nosotros llegamos á Ginebra, el Lago estaba tranquilo , resplandeciente, deslumbrador. El sol del mediodía reverberaba en él de tal manera, que apenas podían los ojos resistir el brillo de las aguas. Entre ellas y el cielo, azul también y radiante, extendíase, como una rizada cinta, la caprichosa cordillera del Monte-Jura, mientras que á la derecha