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LIBRO SEGUNDO.

SABOYA Y SUIZA.
I.
EL MONTE JURA. — ¡BENDITAS SEAN LAS MONTAÑAS!


No habia tiempo que perder, y demasiado habia ya perdido en Francia, sin provecho alguno para mi inteligencia ni para mi corazon; pues ni lo que observé en París modificó en nada las ideas con que penetré por sus puertas, ni sus decantados goces brindaron más que tedio y abominacion á mi espíritu.

Entre tanto, los grandes acontecimientos que tenían lugar al lado allá de los Alpes me llamaban con altas voces. — Lamoriciere habia sido derrotado en Castelfidardo, y Garibaldi se apoderaba del reino de Ñapóles. — La Italia antigua se hundia. Muchas cosas que yo deseaba conocer, iban á desaparecer para siempre.

Era, pues, preciso marchar sin pérdida de tiempo.

Iriarte y yo hicimos en una hora nuestros preparativos de viaje.

Estos preparativos se redujeron á trasladar mis maletas á su casa á dejarlas allí en compañía del ajuar y equipaje de mi amigo, quedándonos sólo con lo puesto y con aquellos más indispensables objetos que buenamente pudimos meter en un saco de mano.

Lo propio debe hacer todo hombre que piense viajar sin familia , y con un objeto puramente artístico ó poético, por países en que nadie le conozca. — Más barato es comprar un frac y un sombrero de copa en las capitales en que seáis convidados á un baile ó á una comida, que gastar todos los días un dineral en exceso de peso y en mozos que lleven y traigan, suban y bajen vuestras inútiles maletas. Y todavía lo del dineral es de poca importancia en comparacion con las molestias, los cuidados, el tiempo y el embarazo continuo que os ahorrareis viajando á lo militar...., á la ligera, como me permito aconsejaros. — Un hombre solo, con su saco en la mano, se baja del tren donde se le antoja penetra en él, sin detenerse á recoger ni á facturar baúles; puede viajar en carretela