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DE MADRID A NAPOLES

en los años que lleva de gobierno. Ya hemos dicho que para este hombre el derecho es una palabra hueca de sentido. — Se me dirá que el problema no tiene solucion... — ¡Quién sabe!... — Pero, cuando menos, habia un medio de atajar el mal y hasta adormecerlo ; cual era fortificar los intereses morales; espiritualizar, por decirlo asi, las costumbres; levantar las almas á aspiraciones más nobles que el vil dinero; despertar en los corazones metalizados los dormidos gérmenes de la fe en Dios ; aumentar la vida del alma; retrotraer, en fin, las clases menesterosas á su antiguo venturoso estado de paciencia y esperanza, de resignación y respetos

Napoleon III ha hecho todo lo contrario. Mientras negaba al pueblo sus derechos políticos (que siquiera son una cosa digna por lo inmaterial) ha reconocido en él los derechos animales, y perdonadme la espresion, aunque os parezca dura. — Napoleon está dando de comer al pueblo hace diez años, como se da de comer á las bestias. El obrero no busca trabajo: se lo da el emperador. El pan no sube para el obrero: cuando sube, los ricos pagan el esceso de precio y el obrero sigue comiéndolo barato. Asi trabaja un buey y asi se le da el pienso. Este remedio empírico no hace sino aumentar el materialismo grosero de una raza embrutecida. Napoleon ha convenido con la vil filosofía de la plebe en que lo esencial de esta vida se reduce á comer bien.

Pero achico la cuestión. El empirismo de que hablo extiende mucho mas lejos su influencia, — y aquí vuelvo á recordar el árbol trasplantado y todas las cosas que su vista me trajo á la imaginacion.

Desde el momento que el pueblo francés desconoció las relaciones del cielo con la tierra; desde que negó lo que el conde José le Maistre llamaba gobierno temporal de la Providencia; desde que declaró al hombre mayor de edad, creando una nueva autoridad y un nuevo derecho y desterrando de la historia lo sobrenatural, ó sea lo divino; desde que proclamó, en fin, al Número como supremo Legislador, y á la Razon como único Lugar Teológico, la sociedad francesa quedó huérfana, ó cuando menos, fuera de la patria potestad; esto es, fuera de la potestad de Dios; empezó á regirse á sí propia; no esperó nada de una acción extraña, y comprendió, por último que tenia que servirse á sí misma de Providencia.

Reinó, pues, en París el humannismo. — La altiva ciencia política se desvivió desde entonces por prevenirlo, por reglamentarlo, por remediarlo todo. Los filántropos declararon que la caridad era un casuismo injusto, y la sustituyeron con la teoría socialista ó con la comunista. Ya no se consoló á los pobres ni á los desgraciados con palabras de amor ni con esperanzas de recompensas celestes, sino que se pensó en estirpar la desventura y acabar con la gran iniquidad llamada pobreza...; con aquella mansa pobreza de la cual había dicho un poeta español de los siglos de hierro: