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DE MADRID A NAPOLES

Todo el mundo se pone á contemplar al insigne autor de Los Mosqueteros.

¡Salud á mi novelista favorito de la edad de los sueños y de las ilusiones!

Y vamonos á casa; que mañana tenemos que madrugar.


IV.
EL MUSEO BORBÓNICO.
Nápoles, 18 de Enero, por la mañana.


Antes de emprender nuestra excursion á Pompeya, para donde saldremos dentro de dos horas, bueno será recordar de nuevo, y con algunos pormenores, la gran catástrofe, sin igual en el mundo (si se exceptúa la que aniquiló á Sodoma, Gomorra, Seboin, Segor y Adama), que acabó en un dia con aquella grande, rica y populosa Ciudad, fama y orgullo de la Campania, y uno de los retiros predilectos de los más ilustres romanos.

Oigamos primero á un testigo presencial: á Plinio el Jóven.

Plinio el Jóven tenia 18 años el 79 de nuestra Era, cuando se verificó la espantosa erupción del Vesubio que destruyó á Pompeya, Herculano y Staviœ. — Hallábase en Miseno, antigua ciudad, situada á tres leguas de Nápoles, delante de la cual estaba anclada una escuadra mandada por su ilustre tio y padre adoptivo, Plinio el Naturalista. — La madre de aquel y hermana de éste llamó la atención del sabio anciano sobre una rara nube que coronaba el Vesubio, y Plinio, adivinando un fenómeno plutónico extraordinario, hizo preparar un buque y se dirigió al pié del volcan, á la ciudad de Staviœ, donde desembarcó, sin reparar en las cenizas y piedras calcinadas que caian ya sobre el barco y sobre todas las cercanías. — en Stavioe, cuyo último dia era aquel, tranquilizó á su amigo Pomponia- no, se hizo conducir al baño y comió tranquila y alegremente.

«En segunda(dice Plinio el Jóven en una carta al insigne Tácito, 1. VI, 16), se acostó y durmió profundamente , pues desde la puerta se ooa el ruido de su respiración... Sin embargo, el patio por donde se entraba en su aposento empezaba á llenarse de piedras y cenizas, de tal manera que á poco más que hubiera permanecido encerrado, no habria podido salir. Desper lósele, salió y fué á reunirse con Pomponiano y los demás que habian velado su sueño. Una vez juntos, deliberación sobre si debian encerrarse en la casa ó vagar por el campo, y viendo que todas las casas estaban cuarteadas por los violentos y frecuentes temblores de tierra... se ataron unas almohadas sobre la cabeza para defenderse de las piedras que caian, y salieron. El dia empezaba á amanecer; pero en torno de ellos reinaba la más sombriay densa noche, interrumpida por diversas claridades. Llegaron á la playa: el mar estaba tempestuoso y les impedia