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DE MADRID A NAPOLES

El Teatro de San Carlos, obra de nuestro insigne Cárlos III (que, como todo el mundo sabe, reinó en Nápoles quince años, antes de ser Rey de España), contiene seis órdenes de treinta y dos palcos, en cada uno de los cuales caben doce personas. — El público que encuentro en él es elegante y distinguido, y bastante circunspecto para una ciudad tan bulliciosa. — Aquí veo algunas napolitanas hermosas (cosa rara) y muchas extranjeras celestiales.

Los barrios principales de Nápoles tienen alumbrado de gas ; pero el Teatro se halla iluminado con aceite, lo cual se explica por el miedo que el penúltimo Rey tenia á los incendios. — Y aqui necesito advertir que el Teatro y el Palacio Real están enlazados por una galería.

Otro defecto del Teatro de San Cárlos consiste en que al final de la Sala hay, como en todos los demás de Italia, un gran espacio sin asientos en que se apiña la turba multa.

La nueva ópera de Verdi se titula la Batalla de Legnano, y, por consiguiente, es de circunstancias. Trátase en ella de la Liga lombarda contra los Austriacos.

A pesar de esta recomendacion, ha sido silbada , y con suficiente motivo.

Durante la representación , ha habido siempre dos centinelas entre bastidores. — Es una antigua costumbre, establecida por la casa de Borbon.

El baile nos indemniza en cierto modo de la ópera. — La Boschetti es una verdadera sílfide , y las decoraciones y los trajes exceden á todo elogio.

Por lo demás, las bailarinas no sacan ya pantalones verdes como en tiempo de los Borbones... — Pero no lo lamentéis por el pudor público. Aquellos pa italoues no impedían que Ñapóles fuese, entonces como ahora, el pueblo más cínico y sensual de la tierra : aquellos pantalones eran una irrision, un sarcasmo.

Tambien se ha abolido últimamente otra costumbre, aún más donosa, que consistía en no permitir el día del Rey á ningún actor morir en escena. — ¡La Gracia Real lo perdonaba! — Entre tanto, eran ahorcados y fusilados de veras, no ficticiamente, millares de reos políticos, por orden del clementísimo Fernando II.

Después de la función, bajo al Café del Teatro, donde llama mi atencion un hombre hermosísimo, vestido con túnica blanca, botas, sable, y turbante de aslracan.— Pregunto á mí antiguo y excelente amigo el Cónsul de España en Nápoles, don Carlos Morejon , quién es aquel extraño personaje, y me responde que es el criado armenio de Alejandro Dumas.

Porque Alejandro Dumas está en Nápoles, escribiendo un periódico en defensa de la unidad italiana...

Pero helo aquí, que viene á refrescar. — Su criado no había hecho más que precederle, á fin de prepararle el triunfo.