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DE MADRID A NAPOLES

Diríase que el tiempo apresura el paso, á ün de ganar los momentos perdidos durante su involuntario éxtasis.

Después de estos paseos, el alma embelesada queda rendida de su larga tensión armónica con la belleza universal, y pide á gritos emociones más limitadas, goces más leves. — El mismo Fausto se parece algunos ratos á su discípulo Vagner.

Es, pues, el momento de volver á Nápoles á todo el correr de los caballos, y de apearse á la puerta de la Trattoria de Petrillo , famosa si las hay.

Allí encontramos un animado concurso de Oficiales de la Milicia Nacional del Piamonte (encargada de guarnecer á Nápóles, en tanto que el Ejército lucha contra Gaeta), y una infinidad de garibaldinos, que cantan himnos patrióticos, llevando el compás con los cuchillos en las copas y en los vasos. Y allí nos esperan las exquisitas ostras del Lago Fusaro (que acabamosde visitar), servidas por el mismo marinero que las cogió esta tarde; el cual es cojo y bello como un verdadero Lucifer.

Hánle encojado en la última guerra, allá en Sicilia, á donde fué como voluntario de Garibaldi , á pesar de sus diez y siete anos. — ¡Oh! ¿quién te mandó dejar tu pacífica arena por la otra ensangrentada? ¡Serías menos ilustre; pero no llevarías toda tu vida esa reacia pata de palo!

El vino de Capri le va muy bien á las ostras , y los higos de Ischia se dejan atrás á los de Smirna, aunque á la verdad no les llegan á los de Turon. En cuanto á las nueces de Sora, no tienen igual en mis recuerdos.

Pero lo más notable de todo es el limón que exprimimos sobre las ostras: su perfume no desaparece de la mano en muchas horas... — ¡Bendita tierra, donde (como dijo lord Byron de otra que no debo nombrar) todo es bello... menos el espíritu del hombre!

Al reflexionar acerca de los espantosos vicios , pregonados en voz alta como mercancías, de los abyectos moradores de esta ciudad inicua y deliciosa, me acuerdo naturalmente del Vesubio, azote levantado sobre Nápoles y que lo castiga con frecuencia; y, al acordarme del Vesubio, me estremezco de ansiedad, de alegría, de miedo y de esperanza al pensar que mañana saldremos para Pompeya, desde donde subiremos á la cúspide misma del volcan, al borde mismo del cráter...

Pero, antes, ya que hemos comido, bueno será que vayamos al gran Teatro de San Cárlos, donde se estrena no sé qué ópera de Verdi.

El Teatro Reale di San Carlo es el mejor de Europa, al decir de todos los viajeros. Sus dos rivales son el de la Scala de Milan y el Teatro Real de Madrid. — El teatro de la Scala es un poco mayor, pero no tan lujoso en la ornamentación de la sala, ni tan rico en trajes y decoraciones como el coliseo napolitano. El de Madrid lo aventaja solamente por la comodidad que ofrece al público y por aquel aire severo y magestuoso de que ya hablamos en Milan.