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DE MADRID A NAPOLES

Ahora está la mar dormida. Por la porta ó ventana de mi camarote veo un cielo azul y trasparente. Va á salir el sol... — ¡Arriba!

Subo á tiempo al alcázar. Ya se distingue á lo lejos la doble pirámide de la Isla de Ischia, centinela avanzada del Golfo de Nápoles...

Acabamos de dejar atrás á Gaeta, que se divisa allá en la extensa línea del Continente con sus formidables muros. — El cañón no ha tronado en toda la noche.

Todos los anteojos se fijan en la Plaza sitiada. — Nada da en ella señales de vida. — ¡Tal vez dentro de una hora será teatro de nuevos y desesperados combates! — Démosle un adiós.... y dispongamos el ánimo á las delicias de la región encantada en que vamos á penetrar.

Ya empieza á dibujarse claramente, en los fondos azules del cielo y de las olas, el clásico Archipiélago Parthenopeo... Las Islas de Ischia y de Procida parecen dos grandes navios de color de violeta anclados á la entrada del mágico Golfo que no tiene igual en el mundo. Estas Islas se nos presentan en varias posiciones, á cual más elegante , según que avanzamos hacia ellas. — Me recuerdan las Estatuas que giran sobre su pedestal en los museos...

Ya distinguimos otra Isla más pequeña... — Es la Vivaca. — ¡A lo lejos aparece una mayor...— Es Capri... la inmortal Caprea de los griegos!

Penetramos en el canal que separa á Procída del Continente... Pronto doblaremos el Cabo Miseno , y descubriremos el maravilloso cuadro de que se ha dicho: ¡Vedi Napoli é poi muori!

Los recuerdos mitológicos de cada Isla, el eco poético de cada nombre aleja de mi imaginación todo el mundo moderno. — Entramos en la región de la Fábula; en la región frecuentada por los dioses; en el teatro de la Eneida...

Sale el sol..,, y, como por encanto, brillan á misojos infinidad de pueblos, que brotan de las aguas y se reflejan en ellas. — Las Islas de color de violeta se convierten en grandes masas de flores y verdura, coronadas y ceñidas de pintorescos edificios que relucen al sol como la plata...

Hé allí Castellamare... Hé allí Sorrento... Hé allí Meta, Vico Equense, Torre Anunciata... y otras poblaciones, bordando la corva ribera del mar, enlazadas unas á otras hasta formar una guirnalda ondulante de Pueblos, Quintas y Palacios, que parecen nacidos de la orla de espuma del resplandeciente golfo.

Pero ya debe de verse el Vesubio... — ¡Oh, si. Sobre todo este cuadro se levanta, dominando los montes que aún la ocultan, una solitaria cumbre, coronada de un largo penacho de humo... — ¡Es el titan de fuego !

Mas no prestemos bellezas á lo que tantas encierra... — Visto desde aquí, el Vesubio no sorprende: ni siquiera llama la atención. El humo de la chimenea de un vaporó de una fábrica seria mucho más vistoso... — Sin embargo, ¿quién pone freno á la imaginación? ¡La imaginación sabe que aquella cinta gallarda de flotante humo, coloreada por el sol de la mañana, es la respiración del monstruo que ha devorado tántas ciudades, y