Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/576

Esta página ha sido corregida
532
DE MADRID A NAPOLES

nuestras miradas... — Pero ¿cómo ponerse á contemplar á Roma, cuando reclaman nuestra atención las primeras maravillas del Arte griego? - ¡Adelante! ¡ Adelante !

Desde el Vestibulo pasamos al célebre Patio, centro del Museo, rodeado de Gabinetes donde se encuentran las obras capitales de la escultura antigua.

Hé aquí el Perseo ; — hé aquí el Mercurio conocido con el nombre de Antinoo; — hé aquí el célebre torso griego , que no siendo más que un fragmento, conserva toda la vida que pudo tener la estatua entera y hace adivinar el resto de la figura...

Miguel Ángel decia que era discípulo de este torso... — Pero Miguel Ángel decia también que el Grupo de Laocoonte era el milagro del arte, y estamos á pocos pasos del Grupo de Laocoonte! — Avancemos, pues.

¡Oh prodigio! No basta conocerlo , como lo conoce todo el mundo, por el vaciado, por el grabado ó por la fotografía. Acontece con estas obras maestras que, después de serle á uno familiares por las muchas y excelentes copias de ellas que se encuentran en todos los grandes Museos de Europa, todavía cree verlas por primera vez cuando examina el original. — Y es que ni el vaciado ni la copia tendrán nunca la morbidez del Paros ó del Carrara modelado por aquellos magos del arte y bruñido por el tiempo. Quien no haya visto estos modelos insuperables, asombro de generaciones de artistas, no sabrá jamás hasta qué punto puede animarse la piedra bajo la mano del escultor; ni cómo una forma precisa y dura adquiere el indeciso contorno de la carne y la suave vaguedad del movimiento.

Ved á Laocoonte: vedlo pugnar con las serpientes que lo ahogan y á sus hijos: ved la infinita angustia del rostro del padre: ved sus atléticos esfuezos, sus miembros crispados, su desesperada actitud, y decid si aquello es materia inerte ; si aquella boca no se queja; si aquellos brazos no luchan; si aquel corazón no llora lágrimas de sangre.

Y ¡qué transición! — En el lado opuesto encontráis el Apolo de Belvedere, la suave figura que pasa por el tipo más perfecto de la belleza del hombre; el gallardo mancebo de correctas formas, de varonil hermosura, de noble continente, que enamora tanto á las hijas de Eva como la Venus de Médicis á los hijos de Adán; el Apolo de Belvedere..., en fin, muestra proverbial de que no siempre es feo el sexo que no se llama bello por an-tonomasia.

Después encontrareis El Leon que despedaza á un caballo , admirable grupo, en que las dos figuras son interesantes, las dos nobles, ninguna odiosa; — el Cupido de Praxiteles, llamado el Genio del Vaticano; — su Apolo y su Venus, que son dos maravillas, copia la segunda de la famosa Venus del Gnido;— la renombrada estátua de Meleagro, y mil otras obras maestras que ni nombrar me es posible; pero que en otro cualquier Museo serian objeto principal del culto de los artistas.

Y nada digo de los Vasos etruscos, cuyas pinturas son otros tantos