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DE MADRID A NAPOLES

al despacho; dióme una medallita en que se veia la Efigie de la Purisima Concepción y el busto de SS. , y , poniéndome dulcemente la mano sobre un hombro, me dijo:

— Con que vaya usted con Dios : sea usted muy bueno , y dé usted memorias mias á sus padres y hermanos, con mi Bendición Apostólica. Buen viaje; y mi Bendición á todas horas y en todas partes. Sea usted muy feliz , como yo se lo pido á Dios. — Adiós , hijo mió.

Me arrodillé por tres veces, retirándome de espaldas, como está prescrito por la etiqueta del Vaticano, y á cada genuflexión, S. S. son- reía cariñosamente, bendiciéndome , y repitiendo el más español de nuestros saludos:

Vaya usted con Dios.

Salí de la estancia; crucé vacilante y desvanecido por enmedio de la Córte pontificia; recobré mi sombrero, mi abrigo y mis guantes, y bajé corriendo las escaleras del Vaticano.

Creo que huia del aparato real del Palacio; de la pompa temporal que hace temible á aquel humilde y bondadoso Sacerdote, cuyas palabras de amor resonaban en lo íntimo de mi pecho... ¿Qué sé yo?

Tambien podia ser la turbación consiguiente á mi inesperada ventura, ó miedo á que se me distrajera del éxtasis en que me hallaba, lo que me hacia correr de aquel modo, y apartar la vista de cuanto no fuese el Padre Santo... de cuanto no fuese Pio IX.,.

¡No sé ! Lo que puedo decir es que no paré hasta llegar á mi casa , y que, cuando me vi en ella, todo lo que acabo de referir me pareció un sueño, una ilusión de la voluntad, la deseada imagen que persigue la esperanza.

X.
EL VATICANO.— MARAVILLAS DE ARTE DE LA ANTIGÜEDAD Y EL RENACIMIENTO
Roma, 5 de enero.

Una hora después me hallaba de vuelta en el Vaticano.

Iba á ver el Palacio con ojos de artista ; á recorrer el Museo y la Biblioteca ; á visitar el Juicio final de Miguel Ángel ; á admirar la Trasfiguracion de Rafael ; á contemplar el grupo de Laocoonte y el Apolo de Belvedere, dos de las obras capitales de la Antigüedad.

Aquella visita, para la cual creí que tendría bastante tiempo con todo el resto de la tarde, ha durado cuatro dias; pues desde aquella mañana hasta hoy, puedo decir que no he hecho otra cosa que recorrer el Vaticano.

«El Vaticano (dice una Guia), Capitolio de la Roma moderna, no es tanto un Palacio como una reunión de Palacios irregulares, en que traba-