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DE MADRID A NAPOLES

baba de expresar, hasta hacerme patente la flaqueza menguada de los mios...

¡Oh! nadie ama su dolor! Yo hubiera querido..., tal vez yo he debido procurar salir de aquella estancia poseído del júbilo y el reposo que animaban al Padre común de los fieles! — Pero, aunque hijo suyo, no me he atrevido á revelarle mis penas é inquietudes, ni á pedirle un remedio para ellas. ¡Son tantos los enfermos de tristeza que visitan al Padre Santo! Y lo que tantos no le piden, ¿habia de pedírselo yo, pobre de mí! — De manera alguna. Su tiempo no bastaría para todos , y yo no debía desear una excepción en mi favor. — Llevaré mí cruz hasta lo alto del Calvario ! (medité con amarga resignación.) — ¡Tal vez allí algún dolor supremo abrirá mi alma á la alegría !

Seria casualidad ; pero en aquel momento parecióme intuición milagrosa del Papa esta pregimta con que terminó su peroración é interrumpió mis pensamientos:

— ¿A qué ha venido usted á Roma? ¿Por devoción?

Creí que me preguntaba el primer pecado; que la Confesión principiaba... —No debía, pues, mentir: hubiera sido un sacrilegio.

— Por devoción cristiana, Santísimo Padre (contesté sin vacilar) ; y también por devoción artística. El arte es la mitad de mi existencia.

El Italiano agradeció aquí lo que pudo disgustar al Pontífice , y, cambiando de conversación , habló con entusiasmo de los tesoros artísticos que encierra la Ciudad Eterna , — cocluyendo con estas frases :

— El Vaticano, la residencia de los Papas, es el primer Museo del mundo, sobre todo en Obras maestras de la Gentilidad. Todo lo que es hermoso , es bueno, por cuanto revela la grandeza de la creación de Dios. Por eso hemos reunido en nuestro Palacio las maravillas de arle de Egipto, de Grecia y de Roma pagana , al lado de las pinturas de Rafael y de Miguel Ángel.

Al llegar á este punto, presenté el rosario á S. S. , quien lo bendijo, indicándome que le aplicaba la Indulgencia Plenaria para mi madre, con tal que lo estrechase contrita entre sus manos á la hora de la muerte. — ¡Don precioso ! Era como darme las llaves del Cielo para el ser que más amo en este mundo.

Luego me preguntó S. S. sí yo era casado, y — ^¿querréis creerlo?— por la primera vez de mi vida me ha parecido que hago mal en ser soltero, y hasta me ha costado cierto rubor el declararlo!

— ¿Qué sería esto? — No sé.

A la verdad, el Matrimonio es un Sacramento...; pero no obligatorio... — ¿Quién sabe? — En situaciones tan extremas como la en que yo me hallaba , se discurre con extraordinaria lucidez , con portentosa profundidad. Tal vez se me reveló en aquel instante todo el egoísmo del célibe, que retarda el nacimiento de sus hijos ; que rehuye los más graves y nobles cuidados de la existencia humana ; que no fortifica los lazos de la sociedad con el nudo de una nueva familia; que no vincula el amor en