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DE MADRID A NAPOLES

Al extremo de ella habia diez ó doce Sacerdotes, Obispos en su mayor parte, y dos Cardenales de avanzada edad.

Todos conferenciaban de pie, en voz sumamente baja, formando un solo grupo cerca de una mampara de damasco encarnado, medio cubierta por una cortina de terciopelo carmesí.

En la cortina y en la mampara relucian las Armas de la Iglesia.

Todo esto lo vi de una ojeada, adivinando desde luego que por aquella mampara se entraba al despacho de Pio IX.

Mi guia no se detuvo, y yo continué marchando en su seguimiento.

La Corte pontificia se abrió ceremoniosamente en dos filas; como defiriendo á la honra que iba á caberme de hablar con el Vicario de Jesucristo.

Yo pasé por entre aquellos poderosos señores, tan turbado y confundido, que me parecia que no tocaba con los pies en la tierra. — (Mirad si hago sacrificios de vanidad ; mirad si soy explícito y sincero, con tal de que conozcáis los más nimios pormenores de tan importante visita.)

Llegábamos á la mampara. — Una vez allí, un familiar levantó la cortina; otro abrió la puerta; y el sacerdote que me habia guiado, me hizo un profundo saludo; indicóme con un aJeman que entrara solo, y añadió estas sencillas palabras:

— Ahí está Su Santidad.

Con lo cual cerró la puerta detrás de mí, y yo me encontré en una pequeña, triste y modestísima estancia.

En frente de la puerta por donde habia entrado (al lado de la cual permanecí dos segundos inmóvd é indeciso) se veía otra mampara abierta de par en par, que daba á un alegre aposento bañado por el sol...

— «Allí será» pensé; y di un paso en aquella dirección.

Pero en esto oí á mi derecha, y ya detrás de mí , una voz apacible que decia:

Benedicat te Dominus...

Me volví sobresaltado.

El Papa se hallaba en la misma habitación donde yo me creía solo.

No lo habia visto, en medio de mi confusión, porque Su Santidad estaba sentado delante de un bufete, dando la espalda á la misma pared donde se hallaba la puerta por donde yo había entrado.

Me arrodillé, según el ceremonial que me habían prescrito, y Pio IX repitió dulcemente su Bendición, bendiciéndome también con la mano.

Hice la segunda y la tercera genuflexión, acercándome á S. S. ; y ya me disponía á besarle la sandalia, cuando sonrió levemente, con una afabilidad exquisita, é , interponiendo su mano derecha, dióme á entender que se la besara en lugar del pié, y que me levantase.

Obedecí.

Pio IX estaba sentado, como he dicho, detrás de un bufete, sobre e!