Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/56

Esta página ha sido corregida
46
DE MADRID A NAPOLES

como dije hace algún tiempo); conversacion que todos saben de memoria y repiten como papagayos.

Ahora: de lo que estoy completamente seguro, es de que todos emplean en el discurso unos mismos giros, iguales inflexiones de voz, é idéntica forma de cláusulas, oraciones y períodos.

Acaso consista esto en que el lenguaje francés está muy trabajado, muy batido, muy formado por tantos años de cultura, de periodismo, de parlamento, de asociaciones, de comunicacion y trato con todo el mundo, y también en la índole espansiva , locuaz y propagadora del pueblo francés; pero también entrará por algo en esta monotonía de la conversacion y poca originalidad de los pensamientos, la falta de caracteres, la abdicacion individual, la mudez de las conciencias y el profundo escepticisimo de que adolecen los galos de hoy como los de hace dos mil años. — Dicho se está que excluyo de esta regla á los grandes escritores, á las eminencias, á los entendimientos escepcionales; pero la generalidad, la inmensa vulgaridad de Francia, consulta más su memoria que su corazon, y dice lo que sabe, sin saber muchas veces lo que dice.

Afortunadamente, aquel dia no era la misa de precepto. En tal caso, me hubiera remordido la conciencia como si no la hubiera oído. Y es que durante toda la santa ceremonia no tuve ni un solo momento de devocion, entregado á los pensamientos que habéis visto y á otros muchos más trascendentales. — Yo pensaba en la Diosa Razon, en el socialismo, en la ocupacion de Roma, en los premios á la virtud, en el suicida de la tarde antes, en las esposas de alquiler, en el sufragio universal, en Lanioriciere y los legitimistas, en el derecho al trabajo, y en otras muchas cosas que apreciaremos en conjunto cuando epiloguemos nuetras observaciones antes de salir de Francia.

Tampoco me parece oportuno seguir refiriéndoos tan prolijamente todo lo demás que me ocurrió en los tres días que permanecí todavía en el campo sin resolverme á volver á París; pues os supongo ansiosos de regresar á la gran capital, de la que no os alejará como á mí no sé qué misteriosa enfermedad del alma.

Os dispenso, por lo tanto, de acompañarme en mi escursion á la magnífica quinta de Monte-Cristo, construida por Alejandro Dumas cuando escribía Los Mosqueteros. — Esta quinta, en que empleó muchos millones, se halla situada á media legua de Bougival. — Ya no le pertenece al gran novelista, sino á un comerciante, si no me equivoco. — Es un conjunto fantástico de palacio, fortaleza y villa italiana.

Tambien os dispenso de recorrer conmigo otros muchos parajes campestres en que nunca dejé de encontrar una fonda, cuando menos, y periódicos del dia.

Volvamos, volvamos á París: pero no por el camino que ya conocemos.

A un tiro de bala de la casa del pescador, pasa un ferro-carril ame