— ¡A nuestra querida España!
Cuando dieron las doce de la noche, todos nos pusimos de pie.
—¡Año nuevo! (exclamamos, levantando las copas). ¡A la salud de nuestras familias!
Habia allí jóvenes que están ausentes de la patria hace tres y cuatro años. La emoción era inmensa: la solemnidad gozosa de aquel momento presentaba intervalos de infinita tristeza, de silenciosa melancolía...
— ¡Por el Arte! ¡Por el logro de nuestras esperanzas! exclamaban los desterrados.
¡Por el Arte! — ¡El Arte era su verdugo y su consuelo; su faena y su descanso; su cruz y su alegría!...
Algunos momentos después nos despedíamos y separábamos en la Via Condotti con no sé qué afectuosa seriedad, presagio de una noche de amargas cavilaciones, diciéndonos, no muy confiadamente por cierto:
— ¡Buen año! ¡Feliz año! ¡Muchos años!
¡Los años!... — Yo dejo aquí la pluma para pensar en ellos, en tanto que acaba de amanecer el primer dia de 1861.
Roma 2 de enero de 1861.
Quien quisiere formarse idea de loque yo habré pensado y sentido esta mañana al despertar, al vestirme y al emprender el camino del Vaticano, acuérdese de las emociones que lo agitaron cada vez que salió de su casa para ir á confesar.
Igual temor, igual respeto, igual recogimiento. No pensaba; sentía. Todo lo que habia meditado y leído en mí corta vida, se me habia olvidado como por encanto. Era otra vez niño. Experimentaba con una viveza indefinible las mismas sensaciones que agitaban mi alma cuando todo era maravilloso para mí sobre la tierra. Habia soñado; htibia delirado; y despertaba de pronto en el umbral del templo en que recibí el agua del Bautismo; y me encontraba con mí corazón de entonces; y lo reconocía como se reconoce á un hermano que ha viajado largo tiempo; y veía abrirse ante mis ojos los dos simbólicos caminos, de los cuales el uno conduce á la salvación y el otro á la perdición eterna.
Tal es el hombre. Edificad quiméricos alcázares sobre el cimiento enterrado en su corazón por sus padres y maestros... Llegará un día de prueba — el dia del dolor, el dia de la felicidad ó el dia de la muerte, — y se hundirán los fantásticos edificios, y encontrareis inmóviles en su asiento las primeras creencias de la infancia.
En tal disposición de espíritu, yo no consideraba esta mañana más que una cosa; que iba á cruzar mi palabra pecadora con la que abre ó cierra