los Columbarios , adoptándose la inhumación al uso de los Cristianos. En- tonces las Catacumbas empezaron á ser el Cementerio general de Roma, a! par que el asilo de los líeles. ^Asi se comprende que anden tan revueltas en aquellas oscuras galerías las sepulturas gentiles y las cristianas, hasta el punto que en una misma losa se lee por un lado el epitafio de un romano, adorador de Júpiter, con su leyenda: Düs manibus, y por el lado opuesto, el epitafio de un amante de Jesús.
Por lo demás, considero innecesario referir las emociones que han agitado mi alma en aquel lugar sacrosanto. — Allí nació la Iglesia : aquellas Tumbas son el cimiento del vasto Edificio que hoy cubre todo el universo. Allí estuvo enterrada la seniilla del Catolicismo. Allí fué minado por su base el mundo pagano. De allí salió la nueva, la única, la verdadera civilización. ¡Allí veía el alma las primeras ceremonias de nuestra Fé! ¡Allí las predicaciones á los neófitos! ¡Allí la elección de los Papas! ¡Allí el martirio y la canonización de los Confesores! ¡Allí la tumba de los San- tos! ¡Allí las cenizas de aquel caritativo Ejército que, armado de la paz, luchó con el formidable Imperio, hundiólos altares de la Gentilidad, venció con su constancia á los más fieros Tiranos y acabó por salir de la tier- ra y enseñorearse de los alcázares y de los templos de la Ciudad Reina del orbe, que los habia estado agobiando tantos años bajo su ominosa pesadumbre! — La Basílica de San Pedro , el Vaticano , el Sumo Pontífice en la plenitud de su doble magestad, la grandiosa ceremonia que habia presenciado el día de Pascua; todo aquel poder, toda la autoridad triunfante que domina hoy sobre Roma , habían salido de aquellas cavernas. — Lo esperaron los cristianos; lo anunciaron desde el primer día, y lo consiguieron al fin. ¡Y la Cruz, labrada penosamente en las lóbregas entrañas de tierra, regada con sudor, con lágrimas y con sangre , se levanta hoy sobre las siete colinas de Roma , sobre todos sus Templos , sobre todos sus Obeliscos , sobre todas sus Columnas, sobre cuatrocientas Iglesias , sobre el altivo Capitolio!
Cuando salí de las Catacumbas é hirió mis ojos la luz del cielo, y me encontré solo en medio del campo, y miré en torno mió , y no vi más que la superficie de la tierra, muda, insensible, indiferente..., me pareció que habia soñado con aquel mundo subterráneo , con aquella ciudad fúnebre, con aquel tenebroso, inconmensurable templo.
Al día siguiente de esta excursión, emprendí otras mucho más largas (como que empleé en ellas dos días) á Tivoli y Alba7w , pueblecitos preciosos, situados casi á igual distancia de /Í07?ia (cuatro ó cinco leguas), pero en opuesta dirección, y á la falda de los montes que limitan al Sur y al Este la campiña romana.
• Los dos son muy interesantes bajo el punto de vista histórico, por los monumentos y ruinas que encierran y por su pintoresca situación.
Para ir á Albano, se pasa por entre los escombros déla antigua ciudad