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DE MADRID A NAPOLES


Algunas elegantísimas y verdaderas damas iban en soberbios carruajes.

Sofia nos dijo el nombre déla mayor parte de ellas, y entre estos nombres oímos varios muy ilustres en la historia de Francia.

Era que la alta sociedad parisien estaba á la sazon en pleno veraneo en sus chateaux antiguos ó modernos, ó en sus deliciosas casas de cam-po, salvo las familias que recorriesen á aquella hora las orillas del Rhin ó las montañas de Escocia, con el mismo afán de traslación que empuja á los madrileños hacia Biarritz ó Normandía.

Una vez en Bougival, dejamos á los niños en la escuela, y nos dirigimos al templo.

Este es antiquísimo y de severa arquictetura. Todo él estaba ocupado por hileras de sillas, á modo de teatro casero. Cada silla tenia escrito el nombre del abonado á quien pertenecía. Es decir, que por sentarse en la iglesia se paga en Francia un tanto al año , como por una butaca de la Gran Opera ó por un nicho del cementerio.

Un acomodador cuidaba de que nadie ocupase sino el lugar que le correspondía.

Nosotros permanecimos de rodillas ó de pié, lo cual no se me hizo cuesta arriba, pues acostumbrado estaba á oír misa de aquel modo.

Todo el público leía.

He olvidado deciros que las sillas están construidas de manera que cada una le sirve de reclinatorio ai que está abonado detrás.

Salió la misa.

Naturalmente habían de chocarme en ella muchas cosas.

La música me pareció bastante profana en su espíritu, y la manera de cantar sumamente melodramática.

El latín, pronunciado á la francesa, me resultaba ininteligible ó me hacia reír á pesar mío.

Las reverencias del sacerdote tenían algo de mundano, de galante, de palaciego.

La plática que dirigió al auditorio (después de la Consagracion) llevaba tal sello de sociabilidad, de cortesanía, de finura profana, que ni revelaba autoridad, ni me infundió respeto.

El cura habló á la razon, aduló á sus ovejas, y empleó, en fin, aquellas frases comunes, vulgares, estereotipadas sobre los labios de todos los franceses, que hacen semejantes, sí no idénticos, los discursos del emperador y los anuncios de los perfumistas, las arengas de los generales y los manifiestos de las mujeres sensibles, los sermones y las comedias, los prospectos de los charlatanes y los folletines de los periódicos. — El mismo enfático estilo, la misma lógica utilitaria, el mismo solemne tono, los mismos ademanes académicos.

Acaso haya en esto algo de preocupacion mía; pero yo creo que todos los franceses dicen una misma cosa en cada situacion dada, esto es, que no hay en toda Francia sino una sola conversacion (hecha ya y fiambre,