¡Sublime y magestuoso inslanle! ¡Milagroso poder de la belleza! ¡Misteriosa revelación de las excelencias del espíritu humano, producida por el concurso y fusión en una sola idea de tantas y tantas almas, incapaces por separado de remontar semejante vuelo! — ¡Prodigios y tesoros del coraozon, evocados por el arte y nacidos como nacian las ciudades griegas al Son de la lira de Orfeo! — ¡Nobles facultades del espíritu, escondidas en él como la chispa en el pedernal! — ¡Explosión de Fé; aspiración á lo eterno; evidencia de Dios!
Yo me acordé del Mortimer de Scliiller.
Después de la Consumación, el Padre Santo distribuyó el Pan Eucarístico á los Cardenales Diáconos y á los Nobles legos.
Entre los Cardenales vi adelantarse lento, severo, imponente, un hombre alto, joven todavía, pálido y triste, de airo pensador y dominante, el cual se arrodilló como todos delante de Pió IX, y comulgó. — Era el cardenal Antonelli, el antagonista de Cavour.
Terminada la Misa y otras ceremonias, volvió á ocupar el Papa las andas, en las cuales fue conducido al Vaticano con la misma solemnidad que lo trajeron.
VIII.
LOS TEATROS DE HOY. — LAS CATACUMBAS DE SAN SEBSTIA>'. — EXCURSIONES A TiBOLl, FRASCATI Y ALBANO. — IGLESIAS Y PALACIOS. — EL PAPA EN LA CALLE. — FIN DEL AÑO.
Roma, i.° d- Enero de 1861 n /(/.<! dos de la madrugada.
Ha pasado una semana desde que escribí mis últimos apuntes.
En ese tiempo he visto mil cosas que hubiera debido anotar ; pero el mismo cúmulo y variedad de mis impresiones no me ha dejado tiempo ni tranquilidad para ello, y hé aquí q le hoy, cuando me dispongo á realizarlo, no sé ya por dónde empezar; reconozco que es imposible recordarlo todo, y hasta tengo miedo de no decir nada en una forma inteligible.
Hace dos horas terminó el año de 1860, que vi principiar en África oyendo el estampido del canon de los Castillejos. Es, por lo tanto, solemne la hora en que escribo estas líneas, cuya redacción no he dejado para mañana por las tres siguientes razones:
Primera: porque, siendo hoy fin de año, me creo en el deber de cerrar, como sí dijéramos, mis cuentas con lo pasudo.
Segunda: porque no quiero confundir en mi imaginación con ningún otro recuerdo las sensaciones que me produzca mi visita al Papa , de cuya Antecámara acabo de recibir la comunicación que traduzco literalmente al castellano, y que dice así: