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DE MADRID A NAPOLES

Cada una de las Fuentes que dan nombre á aquella Plaza , adorna la esquina de un Palacio.

El principal de ellos es el Palacio Pontifical del Quirinal, residencia de los Papas durante el verano.

Al otro lado veíamos una magnífica Casa, profusamente iluminada, de más alegre aspecto que suelen presentar los palacios de Roma, y en cuyo espacioso portal había algunos criados con lujosas libreas...

Era la residencia de la Reina Cristina, de la madre de la Reina de España.

Allí había esta noche una gran cena , á la que asistían muchas familias españolas. Tal vez aquellos criados eran compatriotas nuestros. La luz de aquel portal calentaba nuestro corazón, como si, más que luz, fuese fuego; como si fuese un hogar de la ausente Patria. — Desde tierra extranjera nadie siente las ¡ras de las discordias civiles. — El muro de aquel Palacio nos fue, pues, esta noche tan sagrado y tan querido, como poco antes el de la Embajada de España...

Pasamos, con todo, sin entrar, y llegamos á Santa María la Mayor.

Las puertas de la insigne Basílica, fundada en el siglo IV del Cristianismo, estaban todavía cerradas. — Se esperaba al Cardenal que había de decir la Misa del Gallo. — Un pueblo inmenso aguardaba sentado bajo el noble pórtico de la Iglesia, ó paseábase alrededor de la gran Columna- corintia que se levanta allí cerca, y que perteneció á la primitiva Ba síhca.

Hacia luna. El pueblo romano reía y cantaba. Muchos extranjeros va- gaban de la Columna á un arrogante Obelisco que se alza detrás del Templo, en una vasta Plaza. — Nosotros, más tristes y solos entre la multitud que antes en la soledad, permanecíamos ocultos en un intercolumnio del pórtico, como viajeros perdidos en noche de tormenta, que llegan á pedir hospitalidad aun castillo... cuyo puente levadizo tardan en bajar.

En esta situación, vimos á lo lejos y á la plena luz de la luna á Jussuf, al incomparable marroquí, el cual, vestido con su mejor levita y su des- comunal sombrero de copa, se paseaba filosóficamente, llevando una francesa colgada de cada brazo,— doncellas del Hotel sin duda...

Asi oímos las doce, la hora solemne , y asi pasamos otra media hora. — La puerta de la Iglesia no se abría : la noche refrescaba ca la vez más: yo no estaba bueno... — Por otra parte, teníamos que madrugar mañana para ir á San Pedro y ver al Papa de pontifical...

Volvimos, pues, á casa sin oír la Misa del Galio; tomamos té como cualquier otra noche; be escrito estos pobres apuntes, y hé aquí que ahora voy á dar permiso á mi alma (como á una criada de que ya no lengo necesidad) para que vuele á otros países á pasar el resto de la noche en compañía de las personas de su predilección.